
Con el argumento de que los coroneles Roberto Casanova y Abel Romero Villate habían participado en la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, sus puestos fueron asumidos por Eugenio Mendoza y Blas Lamberti
Desde la madrugada, los aviones F-86 pasan rasantes sobre de Miraflores. Van y vienen, y deben ladearse para sortear el obstáculo de las torres de El Silencio. Es el primero de enero de 1958, y el bramar de las aeronaves y el traqueteo de las metralletas sobre el Palacio Presidencial levantan, conmocionada, a la capital venezolana, cuyos habitantes rápidamente se enterarán de que se trata de un levantamiento militar cuyo jefe es el coronel Hugo Trejo, quien personalmente sale de Maracay con una división de tanques en ruta hacia Miraflores y la sede la Seguridad Nacional, en Los Caobos.
Simultáneamente, dos unidades de tanques del cuartel Urdaneta (Catia) se sublevan y parten hacia Maracay, donde las demás tropas tomaron el control de una emisora de radio. La operación padeció problemas de comunicación y fracasó.
La hazaña derivó en una rebelión popular que produjo la agonía de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez, quien a partir de 1952 (aunque con el derrocamiento del escritor Rómulo Gallegos en 1948 ya había accedido a posiciones de poder) implantó un salvaje método de asesinatos y desapariciones, luego de desconocer la victoria electoral alcanzada ese año por Jóvito Villalba, del partido Unión Republicana Democrática (URD).
El movimiento militar no alcanzó los objetivos trazados y sus principales protagonistas (oficiales de las guarniciones de Maracay y Caracas, principalmente de la Fuerza Aérea) fueron detenidos por la dictadura.
No obstante, una profunda herida había quedado abierta en el cráneo del Gobierno represor, porque a partir de ese hecho la insurrección hizo metástasis a lo interno de la Fuerza Armada Nacional y las luchas populares se revitalizaron con el acontecimiento. La Seguridad Nacional -tenebroso aparato policial de Pérez Jiménez- reaccionó con más represión: llenó las cárceles con dirigentes políticos de la resistencia y reprimió a los estudiantes, además de cerrar los liceos.
A los pocos días, concretamente el 20 de enero de ese año, se realizó una huelga de prensa que al día siguiente se convirtió en huelga general; ambos hechos fueron promovidos por la Junta Patriótica, que en la clandestinidad y dirigida por Fabricio Ojeda (URD) y Guillermo García Ponce (PCV) coordinaron la lucha contra la dictadura. Dos días después, el dictador huyó el país hacia República Dominicana, donde gobernaba otro régimen de similares proporciones: Rafael Leonidas Trujillo. El levantamiento de la Marina de Guerra y de la guarnición de Caracas, el día 22, precipitaron su huida.
Así como el 21 y el 23 de enero tuvieron como precedente el levantamiento del 1 de enero, ambos hechos fueron antecedidos por una trampa con la que Pérez Jiménez quiso mantenerse en el poder. Se le vencía el periodo (según la constitución aprobada en 1953) y estaba consciente de que su candidato resultaría derrotado mediante el voto directo y secreto. Entonces propuso el atajo de un plebiscito acomodado para cometer fraude. La presión social comenzó a hacer ebullición.
Ya en 1957, concretamente el 29 de abril, se había producido un cisma decisivo, cuando monseñor Rafael Arias Blanco leyó la histórica Carta Pastoral contra Pérez Jiménez, acontecimiento que, a su vez, avivó el fragor de las luchas en la Universidad Central de Venezuela, que soportaron la represión policial.
No hay comentarios:
Publicar un comentario